Es Gerardo Pereyra. Arrolló a una pareja mayor que caminaba por la colectora de la autopista Buenos Aires-La Plata. La mujer murió en el acto, él huyó
Un Volkswagen Voyage blanco embistió a Ana Rivadero y a su esposo en la colectora de la autopista Buenos Aires-La Plata. Ella, de 70 años, voló por el aire y cayó muerta varios metros adelante. Su marido, 73, quedó herido en el lugar, tirado sobre el césped. Detrás del volante de ese auto, detrás de la maniobra que fue directo a los cuerpos del matrimonio, había un policía federal. Un agente que no sólo mató, sino que además huyó.
Se llama Gerardo Agustín Pereyra, tiene 25 años y desde agosto de 2016 integra la fuerza. Ayer a la tarde -un día después del homicidio-, cuando se presentó a trabajar quedó detenido y fue entregado a la Policía Bonaerense, que interviene en la investigación. Pereyra integraba el Departamento de Delitos Ambientales y, según fuentes policiales, le confesó a su jefe directo lo que había hecho.
En paralelo, el Volkswagen Voyage blanco fue encontrado en su domicilio: una casa de mosaicos azules, puerta blanca y dos pisos, en la localidad de Gutiérrez, en Berazategui. El auto estaba estacionado en el garaje, con lonas cubriendo el capó.
Hoy, Pereyra está imputado “por los delitos de homicidio culposo agravado por la conducción imprudente de vehículo automotor y por fuga, en concurso ideal por lesiones culposas”. En las próximas horas, la fiscal Karina Santolin, a cargo de la Unidad Funcional de Instrucción descentralizada de Berazategui, lo indagará. También lo juzga la Superintendencia de Asuntos Internos, que inició un sumario administrativo.
Las imágenes captadas por una cámara de seguridad de un country que está junto a la colectora, a la altura del kilómetro 33, fueron fundamentales para identificar el auto y localizarlo. La secuencia estremece: se ve al matrimonio caminando de la mano sobre el asfalto. Pasa un auto por el centro de la calzada. Y luego otro, el Volkswagen Voyage, que de pronto se desvía hacia la pareja y la arrolla.
Pereyra no detiene su marcha y se va del lugar. En la última imagen se ve al auto con el capó abollado y el parabrisas astillado. Eran las marcas que después quiso ocultar.
Desde principios del año pasado, rige una ley que impide la excarcelación si los conductores van alcoholizados, con exceso de velocidad o abandonan a la víctima. Antes, esas circunstancias, no eran consideradas para agravar las penas y las causas terminaban con condenas menores a tres años y nadie preso. Pero tampoco la nueva normativa es garantía. Lo que obliga a los familiares de víctimas de delitos viales a estar con el grito de justicia atragantado en la garganta.
Las noticias de la identificación del conductor, primero, y su detención, después, se vivieron con una mezcla de bronca y dolor en la casa de los Rivadero, en Hudson. Distribuidos en el living y las habitaciones había entre 35 y 40 personas reunidas. Eran una mezcla de familiares íntimos, vecinos y amigos de toda la vida. La casa funcionó como punto de encuentro hasta el momento en que pudieran iniciar la despedida: el cuerpo de Ana les fue entregado 33 horas después del asesinato. Anoche la estaban velando.
“Que sea un policía me genera aún más tristeza. Es un asesino, no representa los valores que debería tener la fuerza. No le importó nada. Escapó”, dijo Alberto, hermano de Ana, a Clarín. Ella era la tercera de seis hermanos. Su muerte convocó a los restantes que, mientras Alberto hablaba por teléfono, acumulaban horas de viaje: algunos habían llegado poco antes desde Córdoba y La Rioja. “Ana estaba organizando una gran reunión entre los seis. Era muy cariñosa. No había día en que no nos llamara o escribiera por el grupo familiar”.
Alberto fue el último que se comunicó con ella. Fue minutos antes de que fuera atropellada. Todos conocían la rutina del matrimonio: los lunes entre las 8.30 y las 9 salían a caminar. La casa está a cuatro cuadras de la colectora de la autopista. Por delante, los esperaba un recorrido a pie de seis kilómetros. “Ella era muy activa, a todos nos arrastraba a caminar. Siempre decía: salgan, muévanse, bajen ese colesterol. Era una hermana divina, era todo”.
Ante los medios, Alberto fue la cara y la voz. El que insistía con el pedido de Justicia, el que podía recordar a su hermana sin quebrarse y contar por ejemplo que Ana y su marido llevaban 53 años de casados y que, Bruno Maldonado, su esposo, le dijo ayer: “A mí me tenía que haber golpeado. Quiero irme con ella, no quiero seguir acá”.