De Malvinas a la Scala de Milán y de La Bastille a Cariló
El prestigioso tenor Darío Volonté pasa el verano en la bella Cariló. Pero no solo para disfrutar de la playa: ya hace dos años que tiene montado allí un espectáculo musical de muy alta jerarquía. Junto a su mujer, Vera Cirkovic, recorren el canto lírico pero también se dan el gusto de entonar varias canciones populares. Como si ambos fueran artistas callejeros, decidieron que el espectáculo sea “a la gorra”. Y como se desarrolla en la plaza Héctor Guerrero, todo el mundo puede disfrutarlo. En estas líneas, Volonté habla de sus días como suboficial de la Armada, de la trágica experiencia de la guerra de Malvinas y de cómo fue que se convirtió en el cantante lírico de prestigio que es hoy. Y aunque él lo explica bien, tal vez el verdadero motivo de su transformación haya que buscarlo en su apellido: en francés, “voluntad” se dice “volonté”.
POR: NICOLÁS AVELLANEDA
Cuando egresó de la Escuela de Mecánica de la Armada como suboficial maquinista con el grado de Cabo Segundo, fue destinado a la Fragata Libertad para desempeñarse en el sector de calderetas y servicios. Pero poco después de incorporarse al buque insignia y cuando éste estaba en dique seco, donde se lo alistaba para la realización del típico viaje anual alrededor del mundo, quiso el destino que estallara el conflicto de Malvinas. Fue entonces que el cabo segundo maquinista recibió la orden de dejar la fragata e incorporarse de inmediato al crucero ARA General Belgrano para reforzar la tripulación de ese buque.
Así fue como para Darío Volonté –entonces de apenas 18 años- comenzó una historia que pudo haber terminado de un modo muy distinto a como terminó y como él la cuenta, o mejor dicho, puede contarla. Porque al momento del primer impacto que recibió el crucero –que en ese momento estaba navegando en dirección al continente y fuera de la zona de exclusión que habían impuesto los ingleses-, el cabo segundo Volonté estaba tomando la guardia en la sala de máquinas. Él recuerda que de inmediato la nave quedó a oscuras por lo cual el suboficial de guardia ordenó abandonar las máquinas, ubicadas en las entrañas del crucero.
Volonté dice que entonces todo el personal allí destacado comenzó a dirigirse a las cubiertas superiores, donde todos comenzaron a colaborar en cuanto se pudiera, incluido el rescate de camaradas que estaban malheridos y no podían desplazarse por sí mismos. Cuenta que también prepararon las balsas de salvataje antes de recibir la orden de lanzarse al agua habida cuenta de que el navío estaba perdido. Tuvo suerte el cabo segundo maquinista Darío Volonté. Porque bien pudo haber resultado herido al momento del primer impacto, o luego muy poco después, cuando el segundo torpedo del submarino británico Conqueror impactó contra el casco del crucero, condenándolo definitivamente a la muerte. Y volvió a tener suerte porque tampoco sufrió daño alguno cuando diversos sectores del crucero comenzaron a incendiarse y a provocar diversas explosiones; ni cuando se lanzó al agua helada para luego subir a su balsa; ni cuando, ya en la balsa, con las ropas empapadas y una temperatura de veinte grados bajo cero, él y sus camaradas debieron soportar una tremenda tormenta en mar abierto que les desinfló la frágil embarcación y estuvo a punto de hundirla.
Sin embargo, pese a todo eso, más que nunca puede decirse que el cabo segundo Volonté pudo salir a flote de una calamidad tras otra, y vivir para contarlas todas juntas. Con el alma estrujada por el dolor de tantos camaradas caídos, pero con el orgullo intacto por el deber cumplido y la tranquilidad de espíritu por saber que hizo todo cuanto pudo.
Memorias de una larga travesía
Por aquellos días, ese cabo segundo maquinista estaba muy lejos de ser el Darío Volonté que es hoy. No sólo porque no era cantante lírico sino porque, entre tantas otras cosas, no era cantante. Y tampoco estudiaba para serlo; aunque sí es cierto que ya integraba el coro de una iglesia cristiana y un día, mirando tele, se dio cuenta de que tenía el mismo registro de Plácido Domingo (aunque por entonces él no supiera, exactamente, que a “eso” que lo acercaba al tenor español, en el campo musical se le llamaba, y se le llama, “registro”). Pero como bien dicen que la guerra lo cambia todo, después de la guerra, de a poco, comenzó a surgir “otro” Volonté; no éste de ahora, pero sí el que empezaba a ser el Volonté que todos conocemos.
Por eso, en esta entrevista, la primera pregunta que surge apunta a saber cómo fue que el cabo segundo maquinista de la Armada terminó por convertirse en el prestigioso cantante lírico que es.
Pero Darío comienza hablando del presente, de este presente que está viviendo en Cariló junto a su amada Vera Cirkovic, con quien están presentando una nueva edición del espectáculo “a la gorra” que une el canto lírico con la música popular de diversos países. “Es una idea que tuvimos hace un par de años con Vera, mi compañera de vida y de canto (se refiere a la renombrada internacionalmente mezzo soprano Vera Cirkovic). En síntesis, tras la idea nos contactamos con la gente de Fundación Cariló, la que nos abrió las puertas del gazebo ubicado en la plaza Héctor Guerrero de Cariló, más precisamente en la esquina de Casuarina y Castaño. Allí hicimos la temporada en el 2020, antes claro de que comenzara la pandemia. Luego, en el verano pasado no pudimos actuar, un poco por la pandemia y otro poco a raíz de una hernia que yo tuve. Pero ya estoy recuperado, así que este verano pudimos volver, como decimos siempre: ‘A la gorra, a voluntad, a Volonté’.
El espectáculo al que se refiere Volonté comenzó con el nuevo año y se desarrollará todos los viernes, sábados y domingos de enero y febrero, a las 22.30, en la plaza de Cariló. Darío hace una breve pausa en su relato y enseguida retoma.
“Aquella primera temporada nos dio un resultado enorme y nos permitió comprar equipos de muy buena calidad, hicimos ecualizar un montón de pistas de música lírica pero también de música popular (mariachi, boleros, tangos, canciones españolas, zarzuelas, canzonetas). En síntesis: cantamos los temas típicos que han cantado los tenores en todos los tiempos. Y aparte Vera, además de hacer los temas normales en una cantante lírica también hace temas de su último disco (‘Escombros de un vampiro sideral’), en el cual interpreta canciones con obras de los llamados ‘poetas malditos’, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine”.
De pronto, y sin necesidad de que el cronista se lo recuerde, Volonté vuelve a la pregunta inicial y cuenta: “Comencé a darme cuenta que tenía una voz particular cantando en el coro de la Iglesia Nueva Apostólica –una congregación religiosa cristiana no católica a la que concurría en aquellos años-. Allí hay una tradición litúrgica donde el canto es preponderante al punto de que cada capilla tiene su propio coro. Yo llegué al coro porque se dieron cuenta de que mi voz se destacaba en cada cántico. Ya en el coro, de pronto me invitaron a cantar distintos pasajes como solista. Cuando aún cursaba en la Escuela de Mecánica, estando franco de servicio, viendo un programa de Polémica en el bar, escuché a Plácido Domingo. En realidad, Domingo había venido a hacer Otelo en el Colón pero, entre función y función, había grabado un disco de tango. Lo cierto es que uno de esos tangos, ‘Alma de bohemio’, era utilizado como cortina musical de aquel programa. De pronto yo me dije: ‘Qué lindo sería tener una voz así’ y me puse, en broma, a cantar a la par. Pero enseguida me di cuenta de que la voz me salía, que podía cantar en el mismo tono, que los agudos los tenía… Entonces fue cuando comencé a tomar más conciencia de mi voz. Claro que muy poco después tuve que ir a la guerra”.
Es en este punto que el tenor cuenta sobre su experiencia bélica, recuerda a sus camaradas caídos y en determinado momento hasta duda al explicar cómo fue que salvó su vida. Es que pudo haber muerto en alguno de los dos impactos de torpedo que sufrió el buque o luego, en algunas de las varias explosiones secundarias que se produjeron abordo; también, como producto de los consecuentes incendios ocurridos; cuando se arrojó a las gélidas aguas del Atlántico para luego subir a su balsa, o finalmente cuando esa balsa se inundó y comenzó a desinflarse. Sin embargo, Darío fue uno de los que por suerte se salvaron y aún la pueden contar. Pero él no abusa de su condición de sobreviviente, de modo que sigue contando, pero sobre lo que le ocurrió después.
“Tras la guerra (dejé la Armada y comencé a trabajar como fletero y luego como transportista), conocí a José Crea, un gran barítono italiano del Teatro Colón durante casi cuarenta años, que había estudiado en el Conservatorio Rossini di Pesaro y quien me tomó como su alumno, con un detalle: nunca me cobró. Me enseñaba por amor al canto y por la amistad que fuimos tejiendo entre ambos. Durante unos nueve o diez años estudié solamente técnica e impostación vocal, un aprendizaje a la antigua, digamos. Mientras, seguía cantando en los coros de la iglesia, tanto como solista como junto a los tenores del coro. Luego, en 1994, tendría mi primer compromiso profesional, haciendo zarzuela. Fue con La Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba, en el Teatro Avenida, que estaba reabriendo. A partir de allí vino la temporada, de unas cincuenta y pico, casi sesenta funciones de Luisa Fernanda. Tres de esas funciones me las dieron y resultaron ser mi gran oportunidad y el espaldarazo que necesitaba, porque yo no tenía experiencia profesional en ningún lado. Fue entonces que se comenzó a hablar de mí y poco después canté La Tosca en el Festival de Música de Buenos Aires, en el Teatro Broadway”.
Darío, il trovatore
Poco tiempo después, la grabación de su actuación en el Broadway llegó a Europa. Pero no llegó a manos de cualquiera.
“Le llegó a Alfredo Estrada –quien luego sería mi primer representante-. Al escucharla, Estrada preguntó dónde estaba ‘este muchacho’. Y Fernando Álvarez, quien dirigiera musicalmente La Tosca acá en Buenos Aires, le dijo: ‘No, es un fletero de Buenos Aires…’, dándole a entender que tal vez no valiera la pena preocuparse. Pero lo cierto es que me llamaron y fui a Europa. Y Estrada me consiguió una ‘tournée’ para cantar en una compañía de la Ópera Ruse, de Bulgaria, que haría una gira por Holanda y Bélgica. Canté en doce funciones, en ocho de ellas haciendo Il Trovatore, de Verdi. La gira fue amplia y recorrimos varias ciudades de Holanda y de Bélgica. Recuerdo que íbamos en micro: llegábamos a un lugar, nos bajábamos, cantábamos y volvíamos al micro para seguir la gira… En síntesis: una experiencia muy linda que me sirvió de mucho”.
El veterano de guerra devenido en fletero estaba convirtiéndose en un cantante lírico a quien cada vez más gente, y en más lugares, respetaba y aplaudía más. Sin embargo, esa transformación nunca le nubló la vista; al punto que hoy Volonté recuerda aquel, su inicio europeo, con felicidad y con ternura, pero sin fanfarronería. Es así que cuenta esas experiencias con la sencillez de quien narra un sueño que ha tenido o un hecho cualquiera que ha protagonizado.
“Un poco más adelante, me saldría la posibilidad de hacer una audición en el Teatro Comunale de Bologna, una ópera muy importante, donde me dieron una producción de lo que se llama ‘cover’ o suplente de cada función: yo tenía que estar preparado por si alguno de los dos tenores titulares se enfermaba o, por lo que fuera, no podía cantar. Finalmente, la oportunidad me apareció en Trieste, que fue donde arrancó todo para mí. Eso fue en 1998. A partir de allí, recorrí el mundo, hasta que allá por 2011 ó 2012, empecé a arriar las velas para poner proa para estos lares, a los que, de todos modos, nunca había desatendido porque la verdad es que canté mucho en Argentina, donde desarrollé un mercado de conciertos muy grande”.
Por cierto, aún residiendo en Europa, Volonté cantó con cuanta orquesta argentina pudo hacerlo. Claro que cuando, con una simpleza absoluta, dice “recorrí el mundo”, omite mencionar que de verdad estuvo en buena parte de los mejores escenarios líricos del mundo. Además del Colón de Buenos Aires, cantó en la Scala de Milán; Regio de Parma; Ópera de Tokio; Teatro Real de Madrid; Teatro de la Maestranza de Sevilla; Teatro San Carlo di Napoli, Opera de Roma; Máximo de Palermo; Opera de San Diego; La Bastille de París; Teatro Comunale di Firenze; Concertgebauw de Ámsterdam; Staatsoper de Berlín; Opera de Pittsburg y el Washington Opera, entre varios otros. Sin embargo, con todo ese bagaje a cuestas, cuando decidió regresar a vivir en el país, ya nada lo hizo cambiar de idea.
“En el 2016 y 2017 tuve algunas giras: una por Panamá, otra por Rusia, que incluyó Moscú y San Petersburgo, pero a la vuelta ya me concentré en los conciertos dentro de Argentina. Consideré que luego de haber viajado trece o catorce años de modo continuo, ya estaba; entonces empecé a quedarme más acá”, dice, quitándole importancia o solemnidad al asunto.
No cuenta que su versión de ‘Nessun dorma’ (Nadie duerma en castellano, aria del acto final de la ópera Turadot, de Giacomo Puccini, N. del R.) está considerada como una de las mejores del mundo de los últimos tiempos. Y tampoco dice que en su debut en el Colón (con “Aurora”, de Panizza, en mayo de 1999), cantó el primer bis en función de Gran Abono en toda la historia del teatro. Pero sin pregunta de por medio narra cómo hizo –artísticamente, claro- para quedarse definitivamente en la Argentina.
“Al estar en Buenos Aires comenzó a desarrollarse más aún el mercado de conciertos que ya había. Hace poco estuve cantando con la Orquesta de la Televisión Pública en la reapertura de los espectáculos tras la cuarentena por el COVID; estuvimos haciendo eventos en Rosario; cantamos con la Sinfónica de Berazategui en un recital a beneficio del Hospital El Cruce…En síntesis: empezamos de nuevo con los trabajos académicos, profesionales, con orquestas oficiales. Y a todo eso le sumamos lo de Cariló…”
La voluntad de Volonté
La manera en que cuenta sus cosas lleva al cronista a preguntarle sobre ese punto. Entonces Darío menciona nuevamente a su mentor, José Crea.
“Él también venía de abajo y también era ex combatiente. Fue mensajero militar y se la pasaba esquivando balas y bombas con su moto durante la Segunda Guerra Mundial, así que me inculcó la modestia, la humildad. Decía que uno tenía en la cabeza un billete de lotería con el cual te podías ganar mil pesos, diez mil o cien mil. Y que cuanto pudiera ganar dependía de uno, de la inteligencia, de la voluntad de trabajo… Entonces, para mí, todo se iba dando día por día. Puedo decir que yo no planifiqué mi carrera ni me dije: ‘Bueno, primero tengo que cantar en tal lado, luego en tal otro…’ No, nada de eso. En mi caso, las cosas fueron dándose. Por eso luego quedé muy influido, tanto por el cristianismo como por el budismo y el budismo zen, todos los cuales hablan de tener en cuenta el momento presente y de no medir las cosas a nivel espacio temporal. Así, voy haciendo lo que va saliendo. Si mañana me llaman para ir a cantar a Canadá, voy, aún cuando no lo haya esperado nunca. Por eso, cuando empecé a estudiar con Crea nunca proyecté ni me ilusioné con un futuro que por entonces estaba más que lejano: iba viendo y aprendiendo día por día. Y todo eso me ayudó mucho cuando empezaron a aparecer los contratos importantes…”
“Todo eso” que acaba de contar lo “ayudó” a no creérsela, a tener la cabeza fría y a seguir trabajando como el primer día. Con seriedad, con responsabilidad y, sobre todo, con algo que no es común en todos los artistas aunque sí es tan importante: con humildad. Con esa misma humildad con la que escuchó la opinión de Crea sobre su voz (“Tenés la voz de un tenor internacional, aunque habrá que trabajarla”); con la humildad con que recibió la noticia de su primera gira internacional; con la misma humildad con la que responde cada uno de los mensajes y llamados que recibe a diario, aún cuando quien lo llame o le escriba sea un desconocido.
“Siempre mantuve un cierto equilibrio, sabiendo que lo que uno tiene –en este caso sus cualidades vocales e interpretativas-, posee un valor al que hay que aceptar y reconocer, pero también aprovecharlo para generar empatía con el público y a la vez un producto, un trabajo. La palabra ‘arte’ viene de ‘herramienta’ y nuestro arte es por cierto una herramienta que nos permite comunicarnos con el público, a la vez que se transforma en un medio de vida”, dice Volonté ratificando esa cualidad a la que se hacía referencia en el párrafo anterior.
En el final de la charla, Darío habla de su respeto absoluto por el público, de su total voluntad de hacer lo mejor posible lo que sea que tenga que hacer, y de su concepto de honrar la vida.
“Cuando cantaba en la iglesia, cuando canto en una fiesta o evento privado o cuando he cantado en un gran teatro, siempre tuve y tengo el mismo empeño, la misma seriedad, el mismo respeto por el público. Cuando había comenzado a estudiar con Crea y la gente me preguntaba ‘¿Vas a cantar ópera?’ mi respuesta siempre era la misma: ‘Y, no sé, vamos a ver…’ Porque a diferencia de otras profesiones –el médico, el ingeniero o el arquitecto-, en esto no hay ningún título. Yo no tengo ningún diploma que me avale como ‘cantante’; nunca fui a un conservatorio, solo estudié por mi cuenta… Por eso, siempre me decía: ‘Vamos a ver a dónde llegamos’. Y sigo siendo igual: me levanto a la mañana y hago las cosas lo mejor posible. Si toca cantar, cantemos lo mejor posible; si tengo que hacer mates, trato de hacer el mejor mate. Y si tengo que lavar el auto, lavarlo lo mejor que pueda. Es que hacer lo mejor que uno pueda, en lo que le toque hacer, creo que eso es honrar la vida. Por eso nunca tuve el sueño de llegar a tal o cual otro teatro: llegué porque llegué. Pero siempre puse el foco en cantar bien, en comunicar, en emocionar, en que la gente se vaya distinta de cómo llegó. Esa siempre fue y será mi voluntad”.