Por DIEGO CESSARIO
Hace aproximadamente veinte años, al igual que con la invención de la imprenta o con la revolución industrial, hubo un avance tecnológico que cambió la sociedad para siempre: Internet. De allí en adelante nada será igual para el mundo y, por supuesto, para nosotros.
Lentamente, se nos fueron sumando distintos dispositivos a nuestra vida cotidiana como computadoras, celulares, tablets. Se sumaron a otros que ya conocíamos muy bien como, por ejemplo, la televisión. Unos años antes había irrumpido las videocasseteras en la década del 80, el cable con su masificación en los noventa, reproductores de DVD y Blu-Ray o consolas de juego. La pantalla como denominador común.
La conexión a internet redifinió todo. Pantallas por todos lados, el celular omnipresente.
En ya tiempos remotos, en un principio era conectarse unas horas para navegar por aquéllas primeras páginas rudimentarias, pero que nos iban mostrando los primeros pasos de un nuevo mundo. Este nos iba a ir modificando la vida y, de hecho, ya podemos afirmar que para siempre.
Simultáneamente, aparece el correo electrónico accesible para una persona común y corriente; después los primeros canales de chat (Mirc / Starmedia), los primeros programas de mensajería instantánea (ICQ / MSN Messenger), Yahoo, Google, portales de diarios, buscadores y algunos hasta nos permitirán bajar las primeras imágenes o wallpapers que atesoramos en nuestros discos rígidos, pero que hoy no tenemos ni idea dónde quedaron.
Allí también aparecieron las cámaras digitales. ¡Qué calidad, por Dios! Apenas 0,2 o 0,5 megapixeles desperdiciados en algo que hoy queda, a la vista, más borroso que un primer negativo en blanco y negro y que, como sucederá con un montón de formatos futuros, no volveremos a ver nunca jamás.
Allí aparecieron también unos más osados subiendo videos cortitos de eventos, recitales, películas. Todos con el mismo destino.
Poco después emergieron los blogs para aquéllos que no éramos tan eruditos en la materia de poder generar una página propia pero que, para el caso, eran útiles para subir contenido propio. Desde noticias a diario íntimo pasando por aspiraciones literarias de todo tipo.
Un poco más acá, aparecieron las redes sociales (Facebook / Twitter / Instagram) y las nuevas aplicaciones de mensajería instantánea (WhatsApp / Telegram) que hicieron que todo se vuelva más fácil y, de alguna manera, todo más centralizado.
También, llegó Youtube. Un servidor inmenso donde cualquiera (en el sentido más literal de la palabra) pudo y puede volcar videos útiles, interesantes, educativos, divertidos y entretenidos; y en muchos otros casos, todo lo contrario.
Aparecieron las primeras canciones para bajar en una calidad modesta, pero cumplidora. Luego los discos completos en gran calidad; películas en dos partes con una calidad aceptable, luego en una sola parte (todo un avance) y finalmente, gracias a los serviciales héroes piratas que dedican horas de su vida para que los navegantes podamos disponer de un material decente como nos merecemos: los famosos rippeos en calidad Ultra HD para ver ese filme que tanto queremos en la comodidad de nuestras casas sin pagar un mango con la última calidad disponible.
La industria, para no quedarse en el negocio, lanzó aplicaciones con plataformas que modificaron el negocio de la industria del entretenimiento. Allí apareció Netflix, un cambio radical en la forma de consumir series y películas. Luego, se irán sumando muchas más como Amazon, Disney, Warner Bros y así será hasta que todas dispongan la propia cambiando la grilla de cable por aplicaciones.
Lo mismo hará la música con Spotify o Apple Music. Acá hay que ser sinceros: dos grandes inventos.
Es decir, somos las generaciones que terminaron con la vista y la cabeza en una pantalla. En muchos casos, en sentido literal.
Algunos dirán que es fascinante y con justa razón. Otros dirán que no las usan tanto (mientras chequean si hay algún tuit nuevo en su timeline), otros alegarán que sólo las usan para trabajar, etc. Cada uno con su librito o su excusa; el caso es que todos las usamos. Y, de tanto usarlas, terminamos descuidando el mundo real que todavía nos rodea. El mundo real terminó siendo el sistema operativo del virtual, lo usamos, en un gran porcentaje, de decorado de éste nuevo y flamante mundo 2.0. Inclusive, hasta fuimos capaces de ir a lugares icónicos como un estadio, la Torre Eiffel, el Big Ben o el mismísimo Coliseo Romano (por citar algunos casos) sólo para subir la foto en las redes, poder mostrarle a nuestros contactos que estuvimos allí. ¿Es lo mismo estar en esos lugares sin poder mostrar las fotos en las redes?
Me olvidaba, también afectó a los libros y los e-readers. otro gran invento, por cierto.
Antiguamente, la calle y el barrio eran el mundo; no todos podían viajar como sucede ahora, ni siquiera existía esa cultura y bienvenido sea. Antes, hacer un viaje a Europa era un lujo para gente de mucho dinero, lo hacían algunas parejas al cumplir aniversarios de casados o mismo por trabajo. Inclusive hoy, por placer o por trabajo, con solo una laptop podés instalarte en otras latitudes desprendiéndote de tu tierra natal. Como bien gritaba muy alto el slogan comercial de una importante tarjeta de crédito antes de la explosión de la globalización: «You’ve got the whole world in your hands» (Tienes el mundo entero en las palmas de la mano).
En síntesis, salimos a recorrer el mundo sólo para demostrarle a los demás que nuestra tierra quedó chica. Subimos fotos pero no disfrutamos tanto del lugar al que fuimos porque era más importante conseguir wifi para poder postearla. Eso sí, una vez subidas las fotos en todos los lugares importantes, nos fuimos calmando. Es más, medio que hasta nos hinchó un poco las pelotas. Así y todo, seguimos sin mirar el mundo real como lo apreciábamos antes porque, en el virtual, seguimos buscando vaya uno a saber qué.
Y como no quisimos verlo, nos terminaron metiendo adentro de nuestras casas para que (más que nunca) miremos todo el día una pantalla; charlando con aquéllos que siempre chateamos o con aquéllos que no sabíamos nada hace mucho tiempo pero que, en los tiempos que corren, nos vuelven a acercar las circunstancias. Ni hablar de esos mensajes que nos sorprenden por recibirlo de alguien inesperado.
En tiempos de coronavirus donde estamos encerrados a la fuerza y con una soga al cuello, parece que empezamos a darnos cuenta todo lo que había ahí afuera y todos los que estaban ahí afuera y descuidamos.
Quizá, esto nos sirva para reflexionar y volver a ver ese mundo más humano que inconscientemente descuidamos, creyendo que todo lo que pasa acá es más importante que lo que pasa en el real. O no, quizá esto nos haga terminar metiendo caja de quinta y no sacar la cabeza de una pantalla nunca más. Muchos de nosotros hoy disponemos de esa posibilidad pero la incertidumbre es tal que apenas lo disfrutamos porque la cabeza está en otro lado, en el mundo real. Otros nada afortunados, estarán jugándose la cabeza por salvar miles de vidas y la suya propia.
Esto último lo manejará cada uno como mejor guste o pueda. Lo que sí es seguro es que, de alguna manera, esto fue un cachetazo inesperado a un ritmo y estilo de vida que no calculamos nunca, que nos hizo creer que en el virtual todos teníamos una oportunidad que en el real no solía aparecer y que, simplemente, sólo se basó en 3 putos «Me gusta» más o menos que el prójimo pero que nos alejó cada vez más de un simple «¿Cómo estás?».
Claro que este texto está basado en porcentajes altos, no son números absolutos ya que no todos usan realmente la tecnología de la misma manera. Pero, atento, que el que te niegue que la usa mucho, te está mintiendo.
Suena a que es una reflexión de señor mayor y quizá lo sea, pero es simplemente un análisis de la realidad. Una realidad que todavía no distingo si es real o virtual o si lo virtual ya es lo real y viceversa.
Inclusive, no sé ni qué hago yo escribiendo esta nota y mucho menos vos perdiendo el tiempo en leerla cuando podrías estar preguntándole a algún ser querido cómo anda y si necesita algo, aunque sea contención o descargarse, en estos tiempos de cercanía virtual y lejanía carnal.
Bueno, lo abandono. Me voy a conectar un rato a Zoom y seguir mirando videos en Tik Tok.