Descubierta a través de concursos organizados por publicaciones especializadas para incorporar nuevas figuras al mundo del espectáculo, Mirtha Legrand, al poco tiempo de sus debuts cinematográficos comenzó a dominar las tapas de las principales revistas de la década del ’40 como Radiolandia y Sintonía. Sus personajes supusieron la construcción de figuras femeninas distintas a las interpretadas por las estrellas previas del cine argentino como Libertad Lamarque o Tita Merello. A diferencia de los papeles melodramáticos, sufridos, asociados al mundo del tango y los amores trágicos, Legrand representaba adolescentes ingenuas con una visión idealizada del amor, desasociada del sexo y la sociedad. Pero, ¿era buena actriz?
Por VICTORIA LENCINA
Nunca fue mimada por la crítica. Muchos consideraban que sus actitudes, gestos y/o modismos no eran competentes, sino la reproducción de simples estereotipos. Legrand suele comentar que Daniel Tinayre le decía: «no sos buena, ni mala, sos Mirtha Legrand». La diva de los almuerzos configuró su texto-estrella mediante papeles claves en la comedia: la ingenua y la pícara. También, protagonizó el film noir Pasaporte a Río (Daniel Tinayre, 1948), con guión de Tinayre, César Tiempo y Luis Saslavsky, que relata un triángulo amoroso en el que se embarca una corista. Película que, por cierto, no tiene nada que envidiarle a las encabezadas por Barbara Stanwyck, sobre todo, en Pacto de sangre de Billy Wilder. Aún así, probablemente, sea La patota (Daniel Tinayre, 1960), donde devela un alto caudal de madurez dramática, la cinta que nos recuerda que Mirtha Legrand es, ante todo, una actriz con grandes dotes para la comedia.
Mirtha Legrand debutó en cine como una niña junto a Silvia, su hermana melliza, en Hay que educar a Niní (Luis César Amadori, 1941). Con su siguiente película, Los martes, orquídeas (Francisco Múgica, 1941) saltó a la fama configurando al mismo tiempo el papel que dominaría los primeros años de su cerrara: la ingenua. Legrand introdujo al cine argentino una imagen de la adolescente de familia burguesa que dedica sus días a soñar con la llegada del príncipe azul con el cual vivirá feliz para siempre. En el film de Múgica, Legrand interpreta a Elenita, una joven retraída y tímida, que es testigo de cómo sus hermanas reciben constantemente propuestas de casamiento por parte de los muchachos, mientras ella permanece dentro de los muros del hogar, aislada de la esfera pública, esperando la llegada de Efraín, héroe de una novela rosa. Como su padre no tolera esta situación, decide enviarle todos los martes un ramo de orquídeas de forma anónima. En estas comedias de ingenuas, los relatos apuntaban a la concreción de los amores idílicos y la exaltación de los valores familiares, sin alterar el bucólico mundo de las adolescentes.
Con La pequeña señora de Pérez(Carlos Hugo Christensen, 1944), Legrand tuvo la oportunidad de dar un cambio a su carrera, tras adquirir un rol que posee una buena cuota de picardía. La señora de Pérez es, al principio, Julieta Ayala, una estudiante que, fingiendo estar enferma para no afrontar un examen, es visitada por el doctor Pérez y así nace entre ellos el amor. Luego de contraer matrimonio, Julieta pasa a descubrir la vida de la mujer casada, como se aburre fácilmente de esta dinámica, decide retomar sus estudios secundarios sin que se entere su esposo, fingiendo ser huérfana. A partir de allí, su vida se alterna entre los tiempos dedicados al estudio y al hogar.
En este comedia, hay una maduración de la joven que idealiza el amor romántico en su paso de niña a mujer, simbolizado en su transformación de Julieta a «Señora de Pérez». El foco está puesto en las tensiones que el despertar sexual -simbolizado en el matrimonio- genera en la imagen pública de la mujer. La pequeña señora de Pérez pone su centro de atención en los posibles roles que la sociedad le ofrecía a la mujer una vez concluida su formación inicial. La salida de la mujer al ámbito laboral o la prolongación de sus estudios suponía un peligro de la natalidad, una reducción de la fecundidad, sobre todo, en los sectores de la burguesía.
En 1947, con El retrato de Carlos Schlieper, Mirtha Legrand adquiere un brillo especial y un aire encantador como comediante. Su personaje desea recuperar la llama perdida de su matrimonio, habla con el retrato de su abuela muerta, consulta a un terapeuta sobre su comportamiento sexual y tiene sueños recurrentes con frutillas a la crema. El conflicto de esta película es que el matrimonio no tiene sexo. Y, como en toda screwball comedy, solo la sexualidad recuperada puede darle felicidad a la pareja. En esta comedia sofisticada, la mujer casada da paso a una mujer independiente y con coraje para luchar codo a codo con los hombres. Aparece una visión igualitaria entre hombres y mujeres. Surgen candidatos alternativos para ambos integrantes de la pareja, quienes les demuestran a ellos que existe un estilo de vida apasionada y vital al que llevan al comienzo del relato.
En este tipo de género, Legrand interpreta a una nueva mujer: decidida, sexualmente activa y determinada a conseguir lo que se propone, mientras arrastra al hombre a todo tipo de peripecias para salirse con la suya. Aquí, la pareja se concibe como un espacio de deseo y de placer, y ya no se defiende al matrimonio como ceremonia o institución -como sí sucedía en las comedias blancas o de ingenuas -. Ahora, predomina la irreverencia y las virulentas críticas a los roles de la familia tradicional y el matrimonio. Un terapeuta, luego averiguar con mucho humor el comportamiento sexual de su paciente antes de irse a la cama, aconseja a Legrand en El retrato: «¿por qué no reza después?». A lo que ella responde: «¿después de qué?» El conflicto de la pareja en la comedia de Schlieper es íntegramente de carácter sexual. De hecho, la película inaugura con el marido escapando de la habitación conyugal, arrastrando literalmente la cama hacia fuera. De este modo, desde el inicio el film deja planteadas sus propias reglas: una historia sin sentimentalismos, romanticismos y distracciones dramáticas, simplemente comedia alocada con grandes dosis de picardía y jugueteo sexual enmascarado.
El atractivo y encanto de Mirtha Legrand proviene del género de la comedia. Será con las películas de Carlos Schlieper donde se consagre como una eximia comediante, donde demuestre todo su virtuosismo como actriz. En la comedia sofisticada, se destacaban brillantes guiones con diálogos exactos, que obligaban a los actores a poseer la habilidad de la velocidad mediante el overlap. Este método consistía en que, antes de que un personaje dijera la última palabra de su frase, el otro debía comenzar a decir su línea de diálogo. La velocidad fuera de serie que imponía Legrand con sus personajes en este tipo de comedias -de enredos de pareja, con permanentes peleas y discusiones- resultaba hilarante y grandilocuente. Su modernidad fue tan extrema que semejante nivel de sofisticación respecto a estas temáticas serán recordadas como un legado intocable dentro de la historia del cine nacional.